Hace unos días subí a merendar a la Silla de Felipe II, piedra desde la que se dice que el Rey observaba la evolución de la gran obra del Monasterio. Mi gozo en un pozo: el merendero estaba cerrado. No me importó porque tuve la oportunidad de pasar un rato maravilloso, recordando las veces que subíamos a merendar, hacer botellón, de los de antes, en las noches del verano, o simplemente de excursión para luego bajar a la Cueva de las Zorras y de allí volver al pueblo a pasear por Florida.
Pero esa real leyenda, urbana o no, parece que la quieren destruir para siempre cosa que no me gustaría que así fuera ya que es mucho más bonito subir a la Silla sabiendo que allí se sentaba el Rey Prudente, que según parece no lo era tanto, que subir y sentarse donde lo hace todo el mundo pero que no lo hizo el Rey.
Lo digo porque acaba de editarse y sacado a la luz “El enigma de El Escorial”, un magnífico libro de Henry Kamen, sobre el Rey Felipe II y la obra del Monasterio, en el que el autor asegura que no está tan claro que tal lugar hubiese existido en la época de la construcción del Monasterio. No se menciona nada en la documentación original. “Para empezar, el rey no podía subir a ninguna montaña-aclara Kamen- porque casi no podía caminar. Yo tengo mis dudas sobre la existencia de esa silla. Lo cual no quita para reconocer que la atención del Rey por el detalle fuese incesante. Pasaba horas hablando de sus planes con los arquitectos y celebraban reuniones frecuentes en los lugares de las obras. El dinero y los esfuerzos consagrados al proyecto fueron impresionantes. Miles de obreros fueron empleados durante décadas” (Ver XL-Semanal 16 julio, 2009)
Me importa un bledo que la silla no fuera tallada en la piedra granítica para que el Rey viera la evolución de su gran obra; que fuera posterior a la terminación del Monasterio o que algún cantero que le gustaba el sitio para subir con sus hijos a merendar, se construyera la famosa silla para ver el paisaje. Lo cierto es que siempre me creeré la leyenda ya que, lo que desde allí se divisa, es un paisaje de película.
Sentado en el asiento tallado en la roca, el Monasterio aparece radiante en todo su esplendor y como fondo el magnífico decorado de Abantos que parece querer abrazar la grandiosa obra de granito. A sus pies se abre como un gran abanico verde, la dehesa de la Herrería acariciada por la vía del tren que nos lleva a Madrid, ciudad que en días limpios podemos ver desde allí. Cerca de la Silla, la finca del Castañar y a la derecha la Cueva de las Zorras, magnífico escenario natural, formado por un conjunto de rocas unidas y talladas, en este caso por la naturaleza y entre cuyas grietas hemos dejado algunos años de nuestra juventud. Allí íbamos de merienda o de chocolatada para escalar sus piedras maravillosas y retozar o enamorarnos de alguna chica de la pandilla a la que ya la habíamos echado el ojo.
Henry Kamen se ha cargado la leyenda maravillosa de la Silla de Felipe II. Una frustración más tras las de los Reyes Magos, los niños y la cigüeña de París, el Ratoncito Pérez y los 420 euros de Zapatero. Resulta que todo era mentira.
Gracias a que tenemos el euro, porque si no tendríamos que eliminar el famoso billete de 100 pesetas, precioso en su composición y grabados, que tiene por el anverso al Rey Felipe II y una lejana visión del Monasterio y en el reverso se reproduce un magnífico grabado de la Silla de L. Álvarez en la que se ve a varios personajes, soldados descansando que rodean la silla de andas de viaje, un mastín y al Rey despachando con algún maestro o encargado de la majestuosa obra que se ve al fondo. Habría que eliminar a los personajes y dejar simple y limpia la roca con sus escalones y quizás con algún dominguero merendando.
No se si los papeles sobre los que basa Kamen la falsedad de la leyenda de la Silla, son ciertos o no pero la verdad que a mi me gustaba como era antes. ¡Que manía de destruir todo aquello que quisiéramos que fuera como nos lo contaron nuestros ancestros!
Respecto a si Felipe II subía o no a la silla homónima, y aotras similares, no deben quedar dudas al respecto y hay documentos que lo atestiguan. Sánchez Meco, en su libro sobre la villa aporta un documento donde se refleja y Javier Ramírez en su libro sobre los bosques del Escorial recoge la costumbre del rey de subir a los miradores de la zona, incluso Jehan L´Hermite afirma que poco antes de morir subió al Abantos, eso sí, en coche y previa preparación del camino de subida. Lo que parece poco probable es que fuera a ese lugar a controlar la construcción del Monasterio, pues tiene una visión muy lejana.
Saludos