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El Locutorio

Una de las formas de diversión que en San Lorenzo existía en los años 50 y 60, especialmente para las mujeres, era pasar por el locutorio de la calle Floridablanca y hablar con sus maridos que pasaba gran parte del verano en Madrid trabajando y así eran informados, por vía telefónica, de las noticias del pueblo y de los veraneantes.

Recuerdo que el locutorio que conocí, estuvo primero en la calle Floridablanca, creo que donde hoy está el bar Felipe II. Luego pasó al final de la misma calle junto al local de “Patatas Tomasín” donde hoy existe un supermercado.

Eran tiempos en los que no existía móviles, ni cabinas públicas en la calle y para llamar fuera, por ejemplo a Madrid o a Zarzalejo, era necesario pasar por la voz de una señorita, generalmente antipática, que aunque tuvieras prisa o la llamada fuera para comunicar algo urgente te repetía:

– ¡Tiene15 minutos de demora! Sí, le he dicho ¡15 minutos!

Eran los tiempos en los que para llamar desde un locutorio tenías que esperar horas sentado en un incómodo asiento de madera viendo como las señoras hablaban de sus cosas o hacían punto para pasar el tiempo, mientras oías a la señorita:

– Hola Torrelodones, soy El Escorial ¿Que tal el fin de semana? Pues aquí hace un bochorno inaguantable. Por cierto ¿hablaste con Segovia para vernos el próximo fin de semana? Bueno ponme la conferencia que lleva un rato esperando.

Y con voz algo desafiante decía al aire:

-El 240 a la cabina 5 ¡Torrelodones a la 5!

Este era más o menos el lenguaje que estas señoras o señoritas utilizaban. No se hablaban por el nombre de pila sino por el lugar de trabajo y todo era a base de números. Galapagar ponme con Segovia. Hola Segovia soy El Escorial y así se pasaban un buen rato, una forma curiosa de entretenerse.

El tiempo que pasabas esperando tu conferencia lo hacías entretenido ya que como las cabinas eran casi de papel, escuchabas todo tipo de conversaciones y te ibas enterando de cosas que ocurrían. Lo mismo que ahora cuando vas en el AVE oyendo conversaciones que no te importan un pimiento, pero que no tienes más remedio que escucharlas por la falta de educación del que no respeta a los demás.

Las esperas a veces se hacían interminables. Cuenta José María Laíta de forma humorística en su libro “Desde el Cimborrio”, algo de lo que ocurría en este locutorio mientras un señor esperaba nervioso su conferencia: “Ahora vuelve a oirse la voz de la telefonista que dice: – “Zarzalejo al 1” Y allá va un buen hombre a encerrarse en la jaula. Ahora ya las miradas de los que esperan van hacia la cabina numero 1 y acapara su atención, pues nuestro hombre lleva preguntadas 16 veces si es el herrero de Zarzalejo. Cada vez el diapasón de su voz sube de tono. Pensamos en la inutilidad del invento. Al fin el hombre se toma un pequeño descanso, sin duda para recuperar fuerzas, y oímos a la señora de la cabina 4 que dice a su marido: “Pero Roberto ¿que estás diciendo del herrero? Si de las que te hablo son de las de Minglánez…” Del número 1 vuelve a salir la atronadora voz: -“¿Está el herrero?

Una de dos, o el herrero de Zarzalejo es sordo o en Zarzalejo no hay herrero. Mientras el señor que con tantos nervios esperaba su conferencia no resiste más. Hace un gesto de resignación y se acerca al mostrador. –“Señorita -dice- anule mi conferencia. Al poco tiempo sale de la cabina nuestro hombre que no ha logrado hablar con el herrero. Pregunta a que hora hay tren a Zarzalejo y una anciana sentencia: -“Quizás vaya a ver al herrero”.

Aunque Laíta lo cuenta en forma humorística, esa era la verdad del locutorio. Si viviera Manolo Summers hubiera realizado una película encantadora contando las historias que se sucedían en estos locutorio. Como estoy convencido que a pesar de los avances tecnológicos de todo tipo, estamos dando pasos hacia atrás, esos locutorios con sus esperas, sus gritos, sus interferencias, los vemos hoy mismo en nuestros dos pueblos.