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Alojerías y Tabernas

Recién inaugurada, después de su reforma y acondicionamiento, me dirigí a la Casa Miñana, convertida hoy en espacio de exposiciones, a ver la exposición de Cotillo que con dibujos a plumilla y alguna acuarela hace un magnífico recorrido por la historia de esta Muy Leal Villa de El Escorial.

Me llamó la atención un cuadro titulado “Calle del Arca de la Fuente de la Reina” hoy calle de Lorenzo Niño. En él aparecen dibujadas y recreadas casas que existieron, según documentación histórica de Sánchez Meco y que tenían nombres tan sugerentes, incitantes y bonitos como el del Mesón de la Monja; la Tahona; la Taberna; el Bodegón de la Huérfana; la Pastelería del Conejo; la Casa del Embajador inglés y la Aloxería. Quizás fue el de Aloxería o Alojería el que más me llamó la atención al desconocer que hubiera existido una en la Villa. Eran las alojerías lugares de paso anteriores a las tabernas, a las botillerías y cafés. Desaparecidas hacia 1.838  en ellas se degustaba un refresco llamado aloja, bebida grata y refrescante de arroz, miel y especies con propiedades curativas que introdujeron los sarracenos. Estas alojerías dejaron paso a las tabernas donde muchos comerciantes cerraban sus tratos -lo que hoy se llaman negocios- siempre regados con algún buen vino de la tierra y algunas exquisiteces.

Suceden a las tabernas como sitios de reunión, las botillerías, para luego dejar paso a los cafés y a las casas de comidas.

Pero centrándonos en las tabernas, es un placer hacer un tour turístico por las muchas que todavía existen en Madrid. Tabernas y tascas con vida propia y que sólo su nombre nos llena de recuerdos a los que amamos Madrid y su cultura. Nombres sugerentes como El Abra; El Cangrejero; Casa Paco, Taberna Picardías; Taberna del Alabardero; Taberna Ananías; La Taberna de la Copla; La Trucha; Los Gabrieles y tantas con sus vermús, sus sifones, aceitunas, buenas latas y el vino a granel.

Casi todas las tabernas, que así se quisieran llamar, tenían características que la daban su impronta: mostrador o barra de madera, generalmente tallada, forrado de zinc en su parte superior y en el que se iban apuntando los chatos tomados; grandes frascas de cristal con las que se servía el vino blanco o tinto; pequeños vasos para chatear, vasos en los que cabía poco vino pero que tenían el tamaño ideal para tomarte varios y no tener problemas etílicos; aceitunas verdes o negras de Camporreal para aperitivo; agua corriente y nunca mejor dicho, pues no paraba de manar de un pequeño grifo y se embalsaba en un hueco de la barra de zinc y servía para mantener continuamente limpios los vasitos de grueso cristal llamados de ronda; mesas largas de madera y pequeños taburetes de cuatro patas. Y detrás de todo ello el tabernero, hombre tolerante y conversador mientras los chatos fueran cayendo uno tras otro.

San Lorenzo tenía, pues ya no quedan, excelentes tabernas como El Sotanillo en las Pozas; el Tropezón tras el cine Variedades; Los Pinos junto a las escaleras del cine; La Campana en la calle Joaquín Costa; Casa Manolo en las Casillas, el Gato Tuerto en la cuesta de Grimaldi o Cobeña en la calle del Rey. Eran verdaderas grutas vinícolas donde el arte se hacía vino, futbolín, torrezno y corto con aceituna y anchoa. Por eso yo siempre he sido tabernícola y lo seguiré siendo mientras se conserven y no las tire la piqueta de la crisis y la especulación.

Pero entre todas me quedo con El Manitas, la taberna del buen Victoriano, fundada en 1.919 por su padre Isidoro “Perorrufos” y en la que muchos dejamos parte de nuestra juventud bebiendo ese vino de Navalcarnero, duro y algo dulce que sólo lo tenían algunas tabernas en San Lorenzo como Cipriano, Los Pinos y la Campana. Era una taberna preciosa, dicho en el sentido tabernario de la palabra. Una barra de madera tallada, recubierta de latón con sus frascas de grueso cristal, que había que haberla catalogado y protegido como un bien artístico más y conservada como un decorado para ser visitada por todos, turistas incluidos. Allí íbamos pandillas enteras cantábamos y aprendíamos a ligar y el gran Victoriano nos aguantaba y además con su fino humor participaba con nosotros y hasta nos fiaba. Las echo de menos ¡Larga vida a las tabernas!