Maitres y camareros

La mañana estaba impertinentemente calurosa. La nevera, con esto de la crisis, tenía una decoración minimalista por dentro que me asustaba y no tenía más remedio que salir a redecorarla. Pero decidí, dada la ola de calor que nos invade, quedarme en casa hasta la “hora del vermut”. Me puse a leer un artículo de Arturo Pérez-Reverte titulado “Sobre maitres y camareros” publicado hace algún tiempo en el “XL Semanal” para matar el caluroso tiempo agosteño. En él comentaba, con su afilada pluma, la decepción que le causó volver al restaurante la Bersagliera en Nápoles al que era asiduo de hace muchos años. Cuenta Reverte en su artículo, como Salvatore el maitre, gran amigo suyo, no aparecía por ningún lado; como un cantante amenizaba con el “ o sole mío” a un grupo de japoneses, mientras degustaban un gran plato de espaguetis con pulpo y como los espaguetis «vongole» no se parecían en nada a los que siempre comía en el restaurante napolitano. El restaurante había cambiado de dueño, de maitre y de camareros y hasta de la buena cocina que allí se degustaba. Pagó y tomó la decisión de no volver allí en su “puta vida”.

Hay bares cutres, así como hoteles y restaurantes a los que se sigue visitando no por sus cervezas, sus habitaciones o su comida sino por la gente que los atiende, gente que se desvive por que estés a gusto. Lo agradable, comenta Reverte, de los locales que uno recala, depende, especialmente, de las personas que allí trabajan y le dan carácter. Es cierto. Unos por su carácter afable y educado que lo impregnan todo. Otros por su compostura y elegancia, no sólo en el trato sino también en su atuendo. Da gusto ver a camareros elegantemente uniformados como lo fueron antaño y que se mantengan año tras año en el mismo local al que tu también, año tras año, sigues visitando porque ya son amigos tuyos. Para un cliente asiduo, el continuo cambio de personal en el bar, hotel o restaurante es lo peor que le puede pasar. Estos lugares los hacen los empleados que no sólo te aguantan tus defectos, te escuchan tus problemas sin rechistar y hasta te fían cuando las finanzas se encuentran bajo mínimos.

Aquí en El Escorial lo fue así durante muchos años. Todos recordamos los bares, restaurantes y hoteles del Escorial por sus gentes. Sin decir nombres para evitar olvidos nos basta con recordar el Felipe II por los que trabajaban en él, el bar y el Hotel Victoria o el bar del Miranda; Pimentel o el Bar Abantos; la Oficina, el Sotanillo, el Casino o Madrid- Sevilla, La Cueva o Cobeña… Los locales, como las empresas, los hacen las personas y nunca al revés.

Hoy día falta todo lo que un cliente asiduo busca. Cuando el camarero empieza a conocer los defectos del cliente, se larga a otro chiringuito o lo echan por vago o por guarro. Algo que se echa de menos es la uniformidad de los camareros y encargados y a veces hasta la educación. Pocos, muy pocos, son los bares y restaurantes que tienen a sus empleados uniformados. Parece que ir mal vestido o cada uno vestido como le da la gana es más moderno o más cercano a la igualdad, algo imposible de conseguir por este camino. Dar una vuelta por estos lugares de ocio y veremos camareros con rastas o pirsin, con camisetas sin mangas con la pelambrera al aire serrano, con pantalones vaqueros rotos o con todo tipo de indumentarias estrafalarias.

Fui al archivo fotográfico y encontré esta foto de un camarero del Felipe II de hace años, siento no conocer su nombre, elegantemente uniformado con su pajarita, chaleco, chaquetilla y delantal francés. Hoy día es casi imposible ver una imagen parecida y tan agradable.

Un pensamiento en “Maitres y camareros

  1. Vicente M. Rosado

    Amigo Jesús, ni el restaurante, ni el camarero pertenecen al Hotel Felipe II. Creo (sin confirmarlo) que pertenece al Hotel Victoria Palace

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