Durante el verano y Semana Santa yo vivía en un hotel, como antes se llamaban, de la calle Coronel de Diego con mis padres en el piso bajo y mi abuela, mis tíos y primos en los pisos superiores. La casa era la esquina de la calle con Conde de Aranda que formaba la proa de un barco y que gracias a su forma, se salvó cuando estalló o “estallaron” la presa del Romeral.
Teníamos un pequeño jardín que daba al monte Bajo y a los Talleres de los Autobuses Herranz donde, de pequeño, saltaba la tapia para jugar con el encargado y Juan Carlos y Santi Heranz me dejaban pulular por allí arreglando una bici muy antigua y destartalada que tenía o subiendo y bajando a los autobuses y llenándome de grasa.
Cuando fui siendo mayor también saltaba la tapia pero esta vez para ir al Bar Abantos a merendar o a quedar con la “pandilla”, kiosco que se instaló allí en la zona del monte Bajo en el lugar donde corría anteriormente el pequeño arroyo del Cascajal y prácticamente en el mismo lugar donde existió, hace mucho tiempo, un puente de madera por el que se accedía al monte. Escribe Gaby Sabau en la conferencia que pronunció con motivo del 50 aniversario de la Capilla de Abantos hablando del Arroyo del Cascajal: “había dos rústicos puentecillos de madera uno por debajo de casa de los Enrich, que ha durado hasta hace poco, y el otro (…) donde está el kiosco que algunos siguen llamando Tomasín , próspero hasta que el dueño prohibió a las mujeres hacer labor, irritado por tener a las clientas ocupando los veladores, cosa que tomaba con mucha más benévola filosofía Antonio Cobeñas, cuando en algún verano instalaba su rústico bar “La Cabaña” en el buen trozo de pinar donde los Jiménez Sabio construyeron su casa”
Nunca dudo de lo que cuenta el cronista Gaby pero en este caso doy fe de ello pues por las mañanas, bajo la sombra de los grandes castaños, señoras hacían tertulia sentadas en los veladores con un café o refresco y pasaban horas y horas ocupando varias mesas. Pero peor era por la tarde a la hora de la merienda que hacían la misma operación, con otro café pero sin bollos pues Tomasín creo que no servía bollería. El negocio iba de mal en peor y prohibió hacer calceta en la terraza del bar, con lo que se fueron marchando, siendo sustituidas por jóvenes que íbamos antes y después de ir a la Bolera o a pasear por Florida.
Creo que después de Tomasín lo tuvo alguien y se reunían gente joven hasta altas horas y por denuncias de las monjas terminaron cerrándolo. Al final desapareció el chiringuito o bar Abantos como ha desaparecido el Batán, el merendero Zarco de la Herrería, el que existía junto al Euroforum o el de la carretera de Guadarrama frente a la Policía. También recuerdo el Hotel Jardín, el Hotel Monasterio, el Hotel Escorial y el Hotel Felipe II que eran parte del veraneo tanto de los jóvenes como de los mayores que disfrutábamos de su sombra, de sus jardines, de sus fiestas y de su piscina. Los cuatro han desaparecido, desapareciendo con ellos, espacios de estancia y reposo de delicioso aspecto, que daban un ambiente cosmopolita al pueblo.
Recordar el bar Abantos es recordar el “tomate atómico” que puso de moda Tomás que aunque ya estaba inventado el le daba un toque especial. Era delicioso tomártelo a media tarde con unas patatas fritas y un reconstituyente casi necesario para seguir en el ardor del verano. Era curioso, pero si no estaba Tomás el tomate no sabía igual. Le daba un sabor especial a base de salsa Perrys, tabasco, sal, aceite, vinagre y creo que pimienta.
El bar Abantos quiso renacer de sus cenizas pero las obras que pedía el Ayuntamiento para su puesta en funcionamiento: construir los servicios, colocar enlosados etc. y pocos años de concesión municipal, hacía inviable el proyecto a la persona que quiso volver a abrirlo.
Hacía tiempo que no recorría esa zona y al ver destartalado y destruido el bar, recordé muchos momentos agradables de mi vida que pasé en el bar Tomasín o Abantos que de cualquier forma le llamábamos. Pero aunque me guste recordar el pasado, me gusta más el futuro que es donde voy a pasar el resto de mi vida.