El Cafetín Croché.- (continuación).- 25
Capitulo VII
Mis GREGUERÍAS del Croché
Cuando la primavera no da cornadas y el frío se encierra en su casa de invierno, los toros en Croché, se ven desde el callejón de San Lorenzo o sentados en su albero.as mujeres entran en el Croché sonriendo, porque saben que Manolo las va a piropear.
Al Croché le han puesto una silla de ruedas para que Álvaro –Polilla-, pueda tomar el aperitivo con su pequeño nieto.
A Miguel Ángel se le olvidó esculpir la barra del Croché y la terminó Maruja Martín en blanco hilo de algodón.
El Cafetín Croché se despierta tarde. Le gusta apurar los posos de la noche y claro, por las mañanas se le pegan las sábanas de la holganza. Se despierta a la hora en que las manecillas del reloj rezan el ángelus y ambas se confunden, muy juntas, en un diario acto de amor.
Cuando cierra los ojos el Croché, las agujas del reloj del Ayuntamiento forman ángulo recto.
Cuando se acercan las diez de la noche, cirios y velones se encienden para competir con las estrellas del cielo de la noche escurialense. A esa hora se enciende el cielo del Croché para acompañar a los luceros y alguien comenta lo bonito que es hacer el amor a luz de las velas.
A las diez de la noche, la barra del Croché parece un altar con sus velas encendidas, mientras dentro un monaguillo pasa el cepillo a las parejas que rezan juntas su rosario de amor y por las radios mudas, un gregoriano ameniza la celebración.
El Croché no duerme la siesta. No tiene ni orinal ni pijama.
Al Cafetín Croché no se le caerán los pantalones pues los camareros los llevan con tirantes.
Cuando los viernes muere la magia, la entierran en la Cripta del Croché.
Cuando la poesía se durmió, se despertó en el Cafetín Croché.
A la tristeza, al tener menos de 18 años, no se la deja entrar en el Croché
En el Croché no existe el humo. Se lo llevó el cerillero a otro café.
El suelo está tan limpio, que parece que al despertar, un limpiabotas le limpia los zapatos.
En el albero del Croché, los lances los dan los primeros clientes desplegando el periódico del día.
En el colegio del Croché he pasado veinte años por mal estudiante.
Cuando la primavera se quedó dormida y el verano empezaba a levantarse, el Cafetín Croché nace a la vida sin alharacas, sin querer molestar a la Historia y se quedó en diminutivo de café.
A primera hora de la mañana, el Croché es sala de lectura, es leer hoy lo que ocurrió ayer en los papeles del diario. Es café con leche ordeñada hace varias albas y traída en cántaras de cartón por la lechera de turno.
Desde el Croché se tarda lo mismo en ir a ver una obra de teatro al Coliseo que ir a pagar un recibo de la contribución al Ayuntamiento: están a la misma distancia.
Cuando la primavera no da cornadas y el frío se encierra en su casa de invierno, los toros en Croché, se ven desde el callejón de San Lorenzo o sentados en su albero.
Las mujeres entran en el Croché sonriendo, porque saben que Manolo las va a piropear.
Al Croché le han puesto una silla de ruedas para que Álvaro –Polilla-, pueda tomar el aperitivo con su pequeño nieto.
A Miguel Ángel se le olvidó esculpir la barra del Croché y la terminó Maruja Martín en blanco hilo de algodón.
El Cafetín Croché se despierta tarde. Le gusta apurar los posos de la noche y claro, por las mañanas se le pegan las sábanas de la holganza. Se despierta a la hora en que las manecillas del reloj rezan el ángelus y ambas se confunden, muy juntas, en un diario acto de amor.
Cuando cierra los ojos el Croché, las agujas del reloj del Ayuntamiento forman ángulo recto.
Cuando se acercan las diez de la noche, cirios y velones se encienden para competir con las estrellas del cielo de la noche escurialense. A esa hora se enciende el cielo del Croché para acompañar a los luceros y alguien comenta lo bonito que es hacer el amor a luz de las velas.
A las diez de la noche, la barra del Croché parece un altar con sus velas encendidas, mientras dentro un monaguillo pasa el cepillo a las parejas que rezan juntas su rosario de amor y por las radios mudas, un gregoriano ameniza la celebración.
El Croché no duerme la siesta. No tiene ni orinal ni pijama.
Al Cafetín Croché no se le caerán los pantalones pues los camareros los llevan con tirantes.
Cuando los viernes muere la magia, la entierran en la Cripta del Croché.
Cuando la poesía se durmió, se despertó en el Cafetín Croché.
A la tristeza, al tener menos de 18 años, no se la deja entrar en el Croché.
En el Croché no existe el humo. Se lo llevó el cerillero a otro café
El suelo está tan limpio, que parece que al despertar, un limpiabotas le limpia los zapatos.
En el albero del Croché, los lances los dan los primeros clientes desplegando el periódico del día.
En el colegio del Croché he pasado veinte años por mal estudiante.
Cuando la primavera se quedó dormida y el verano empezaba a levantarse, el Cafetín Croché nace a la vida sin alharacas, sin querer molestar a la Historia y se quedó en diminutivo de café.
A primera hora de la mañana, el Croché es sala de lectura, es leer hoy lo que ocurrió ayer en los papeles del diario. Es café con leche ordeñada hace varias albas y traída en cántaras de cartón por la lechera de turno.
Desde el Croché se tarda lo mismo en ir a ver una obra de teatro al Coliseo que ir a pagar un recibo de la contribución al Ayuntamiento: están a la misma distancia.