El Cafetín Croché.- 13 (continuación)

El Cafetín Croché.- 13 (continuación)

Capítulo IV

Las Horas en el Cafetín

El Croché se despierta tarde. Le gusta apurar los posos de la noche y claro, por las mañanas se le pegan las sábanas de la holganza. Allí, ya florecida la mañana, a la hora que las manecillas rezan el “Ángelus” y ambas se confunden muy juntas en un diario acto de amor, allí a esa hora, todavía con el limpio perfume a local recién inaugurado, comienzan a entrar los primeros cafeteros, lectores de periódicos, rito que comparten tras comprar el diario en el quiosco de la Plaza de Benavente o en la librería Quesada. Se dan los buenos días como el torero desea suerte a su cuadrilla y compañeros de cartel, para que las noticias no desvanezcan los sueños preparados en la maleta de un nuevo día.

Unos leen el periódico de forma ordenada; otros de atrás hacia delante como queriendo recordar y no mirar al futuro y otros lo airean para enfriar un poco el ambiente de tantas guerras, terrorismo o mujeres maltratadas como vomita la letra impresa sobre el papel, ya sucio, del periódico matutino. Algunos, más taurinos, lo despliegan convirtiéndolo en capote para dar un lance torero a la actualidad, mientras que los menos, lo mantienen doblado como leyendo un breviario en la soledad del confesionario. A esta hora el Croché es sala de lectura para leer hoy lo que ocurrió ayer. Es café con leche ordeñada hace varias albas y traída en cántaras de cartón por la lechera de turno.

Después de la hora de la lectura de los periódicos, hacia las dos del mediodía, el vino empieza a poblar la barra aunque nunca sólo, siempre muy bien acompañado por alguna cazuela de garbanzos que como cuentas de un rosario van cayendo uno a uno; cazuelas de macarrones, de arroz, de cachelos con codillo o de puré de patatas con torreznos, lo que aquí se llama “un uno” y que siempre suele ser antesala del primer sorbo de vino. Luego si te tomas otro vino, se cantará a la cocina: “dame un dos” y así sucesivamente, se va recorriendo la escala numérica en función de tu capacidad para alambicar la uva del buen vino del Marqués de Riscal, que allí te sirven en grandes y acristaladas botellas que se me parecen a las recias piernas de una mujer con medias de malla.

El ambiente es muy distinto a esta hora, si el frío se ha instalado en San Lorenzo por haberse dejado herméticamente abiertas las puertas y ventanas serranas, acuchillando los pulmones o si el otro Lorenzo impone su voluntad y como un microondas te cuece en minutos todo lo que pongas a su alcance. Pero, no sólo con la estación del ferrocarril climático, cambia de ambiente sino en función de ser un día entre semana o víspera de festivo.

En invierno y entre semana, las dos de la tarde, es la hora del industrial, del hombre del pueblo que tomará sus dosis de uva antes de ir a comer; es la hora del parado, correiglesias que ha pasado ya a rezar por seis o siete y viene bendecido con otros tantos vasos de agua bendita. Los miércoles, es la hora que Alvaro aprovechaba el aperitivo para hablar con su pequeño nieto de lo divino y lo humano. Esperemos que pueda seguir haciéndolo. Es la hora del turista sin autobús, pues a los que vienen en uno de los muchos que por aquí se acercan, los despachan nada mas salir del Monasterio y vuelven rápidos y jugándose la vida por la carretera de Guadarrama para llegar hechos migas– si antes no se los han comido las palomas- a la Estación de Autobuses. Estos turistas sin autobús, generalmente en parejas, que conociendo las exquisiteces del Croché, han venido bien informados a comer algo antes de ir al Charolés. Es hora de los Herranz que llegaban en autobús, casi hasta la puerta; del que viene de montar a caballo o de vender la fruta en el mercado a las amas de casa, que luego se encuentran aquí tomando un vino o un caldito, y comentan lo cara que está la vida en este pueblo; la hora de Polo que después de cortar el pelo se tomaba su vinito o la de Gabi, siempre, en verano, vestido de primera comunión.

El aperitivo en verano, era la hora ideal para que, dos días antes de la Romería, se negociara aquí, la subasta con Amparito Hernández:

– Te doy cinco mil pesetas, pero me reservas el cucurucho de pipas.

– Yo te doy diez mil si me guardas el jamón.

A las cuatro de la tarde y hasta las siete o las ocho, el Croché cambia su decorado. Comienzan a entrar los cafetalistas a pedir su café. Se vuelve un poco negro como el cielo amenazando tormenta, negro del café y de olor intenso a puchero- hoy cafetera- olor que se palpa y se puede rasgar con la cucharilla. Algunos cafés que se sirven en las mesas, llevan en su taza un manto blanco como si los fueran a cristianar en la pila bautismal. Es la hora en la que el Croché es alfil, reina, o caballo; es la hora que es damero o fichas de colores, cubilete y tacos de jamón de marfil con la numeración escrita en el lomo. Es tertulia bullanguera y amigable de temas prosaicos  y casi siempre muy terrenales.

Cuando se acercan las diez de la noche, cirios y velones se encienden para competir con las estrellas del cielo de la noche escurialense. A esa hora se enciende el cielo del Croché para acompañar a los luceros y alguien a mi lado comenta lo bonito que es hacer el amor a la luz de las velas. A esa hora, la barra del Croché parece un altar mundano con sus velas encendidas, mientras dentro, un monaguillo de cartón, pasa el cepillo a las parejas que rezan juntas su rosario de amor y por las radios mudas, un gregoriano moderno ameniza la celebración.

Y en este ambiente relajante, los fines de semana, las mesas del Cafetín se llenan de familias completas que tapean juntos y en buena armonía porque, ya se sabe, que la familia que tapea unida permanece unida. Es la hora de muchos que vienen a pasar sus horas de asueto semanal a San Lorenzo y que tienen como habitual tomar la penúltima copa en el Croché, quizás para comentar los partidos de fútbol con Luis o con Julio, que son del Real Madrid o con Iván que es del Atlético, o esperar mesa en El Charolés. Es la hora del que va o viene de ver buen teatro o de algún concierto en el Coliseo Carlos III; del alemán afincado en San Lorenzo o de la alemana que decidió quedarse a vivir aquí con su hijo y que ha hecho de este pueblo, su casa. Es la hora en la que el Cafetín se llena de gente guapa de aquí o de allá y que se cita en este café para iniciar la noche, para quedar en jugar al tenis o simplemente para disfrutar de un rato de tertulia; de grupos de mujeres que tertulian en grupo y hablan de teatro.

(continuará) 43

 

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